Un Modelo De Intercesión

    «Les dijo también: ¿Quién de vosotros que tenga un amigo, va a él a medianoche y le dice: Amigo, préstame tres panes, porque un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante; y aquél, respondiendo desde adentro, le dice: No me molestes; ...no puedo levantarme, y dártelos? Os digo, que aunque no se levante a dárselos por ser su amigo, sin embargo por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite» (Lc. 11:5-8).

 

La oración es el secreto del éxito en la obra cristiana. Ese poder puede desafiar a todos los poderes del mundo y hacer aptos a los hombres para conquistar al mundo para Cristo. El poder de la vida celestial, el poder del propio Espíritu de Dios, el poder de la Omnipotencia, está esperando que la oración lo haga descender. Lo que poseyó a estos discípulos fue el pensamiento del reino de Dios y Su gloria. Si queremos ser librados del pecado de la oración restringida, tenemos que ensanchar nuestros corazones para la obra de intercesión. Veamos cómo el Maestro nos enseña, en la parábola del amigo que salió a medianoche (Lc. 11), que la intercesión a favor de los necesitados exige el más alto ejercicio de nuestro poder de fe y de oración prevaleciente. Aprendamos cuáles son los elementos de la verdadera intercesión.

 

  1. Una necesidad urgente. El amigo llegó a medianoche, una hora completamente inoportuna. Tenía hambre y no podía comprar pan. Si hemos de aprender a orar como debemos, tenemos que abrir los ojos y el corazón para ver las necesidades de los que nos rodean. Hagamos frente a esto y consideremos la necesidad: ¡cada alma sin Cristo va a las tinieblas, y perece de hambre, aunque hay suficiente pan, y de sobra! ¡Cada año mueren millones de personas sin el conocimiento de Cristo! ¡Nuestros propios vecinos y amigos, almas que se nos han confiado, mueren sin esperanza! ¡Los cristianos que nos rodean viven de manera enfermiza, frágil e infructífera! Ciertamente se necesita la oración. No servirá nada, nada, sino la oración a Dios para pedirle ayuda.
  2. Un amor dispuesto. El amigo hospedador introdujo en su casa, y también en su corazón, al amigo cansado y hambriento. No le dio la excusa de que no tenía pan. A medianoche salió a buscárselo. Sacrificó su noche de descanso y su comodidad para buscar el pan que se necesitaba. El amor «no busca lo suyo» (1 Cor. 13:5). El amor verdadero por las almas se volverá en nosotros el espíritu de intercesión. Es posible trabajar mucho de manera fiel y sincera a favor de nuestros semejantes, sin sentir verdadero amor hacia ellos. Así los siervos de Cristo pueden entregarse a su obra con devoción y sacrificarse con entusiasmo, sin sentir ningún amor fuerte como el de Cristo por las almas. Esta falta de amor es la que produce muchísima deficiencia en la oración. El amor nos lleva a la oración sin resistir porque no podemos descansar si las almas no se salven.
  3. Reconociendo nuestra incapacidad. El amigo que salió la medianoche estaba muy dispuesto a darle pan a su amigo, pero no tenía nada. Esta comprensión de su incapacidad para ayudar, fue la que lo envió a suplicar: «...un amigo mío ha venido a mí de viaje, y no tengo qué ponerle delante.» Cuando esta conciencia se apodera de nosotros, la intercesión llega a ser la única esperanza, el único refugio. El cristiano más sencillo y frágil puede hacer que descienda la bendición del Dios Todopoderoso.
  4. Fe en la oración. Lo que el hombre en sí ni tiene, otro lo puede proveer. El tiene un amigo rico que vive cerca quien podrá y estará dispuesto a darle el pan. Está seguro de que si sólo pide, recibirá. Esta fe lo hace salir de su hogar a medianoche. En la Palabra de Dios tenemos todo lo que puede estimular y fortalecer tal fe en nosotros. Ella nos revela que nuestro Dios espera y aun se deleita en otorgar estas bendiciones como respuesta a la oración. La Biblia nos llama y nos insta a que creamos que la oración será oída, que lo que no nos es posible hacer a favor de aquellos a quienes queremos ayudar, puede hacerse y recibirse por medio de la oración.
  5. Una importunidad que prevalece. La fe del amigo hospedador se encontró con un repentino e inesperado obstáculo: El amigo rico se negó a oír la petición. «...no puedo levantarme, y dártelos.» El corazón amante no había contado con esta desilusión. No pudo consentir en aceptarla. En nuestra intercesión podemos hallar que hay dificultad y demora en la respuesta. No es fácil, en contra de todas las apariencias, aferrarnos a nuestra confianza de que él oirá, y luego continuar perseverando con plena certidumbre de que tendremos lo que pedimos. Así, Dios aprecia altamente nuestra confianza en Él, la cual es esencialmente el más alto honor que la criatura puede rendir al Creador. Por tanto, Él hará cualquier cosa para entrenarnos en el ejercicio de esta confianza en Él. Bienaventurado el hombre que no se tambalea por la demora, o el silencio, o la aparente negativa de Dios, sino que es fuerte en la fe y le da a Dios la gloria. Tal fe persevera, importunamente, si es necesario, y no puede dejar de heredar la bendición.
  6. La certeza de una rica recompensa. «Os digo, que...por su importunidad se levantará y le dará todo lo que necesite.» ¡Ah, que nosotros creamos en la certeza de una respuesta abundante! Fijen los ojos en la recompensa, y con fe aprendan a contar con la seguridad divina de que su oración no puede ser en vano. «...se levantará y le dará todo lo que necesite.» El tiempo que se pasa en oración producirá más que el que se dedica al trabajo. La oración abre el camino para que el mismo Dios haga Su obra en nosotros y a través de nosotros. Que nuestro principal trabajo como mensajeros de Dios sea la intercesión; con ella aseguramos que la presencia y el poder de Dios vayan con nosotros.

  Por Andrew Murray